La irrupción de una nueva enfermedad trae consigo incertidumbre y temor, especialmente si nos encontramos entre los grupos de mayor vulnerabilidad. Dependiendo de la disponibilidad de insumos médicos y de nuestra posibilidad/capacidad de protección, la amenaza afectará de manera distinta nuestro modo de comprenderla y de proponer soluciones.
El COVID-19 es una amenaza que se ceba con los de edad avanzada y los que tienen condiciones de salud preexistentes (esas que repelen con tanta eficacia los seguros de salud), pero también juega a la lotería con los más jóvenes: a unos los transforma en propagadores asintomáticos, a otros les produce malestares leves y a un número más reducido complicaciones serias o incluso la muerte. No me centraré en este aspecto del tipo de coronavirus que nos confina en casa, de eso hay ya bastante literatura. En esta ocasión quiero detenerme en el carácter desvelador de la amenaza vírica que nos afecta.
Desvelar es descubrir algo oculto, sacarlo a la luz, quitar el velo. El COVID-19, entre sus tantas características, se presenta como un desvelador silente de muchas realidades que frecuentemente quedan ocultas en la cotidianidad de los sistemas económicos, políticos, sociales y culturales en los que, de una u otra manera, vivimos inmersos. Ha traspasado fronteras que han ganado en rigidez y vigilancia denunciando con ello políticas xenófobas, nacionalistas y racistas cuyos discursos se han reducido a la inconsistencia. Delata con saña a los sistemas sanitarios de los países que, habiendo descuidado la inversión en salud pública o entregado su administración al sector privado, hoy no les queda más alternativa que reconocer el valor de un sistema sanitario de calidad y accesible para todos. El virus pone en evidencia las preocupaciones reales de los investigadores científicos y de las grandes farmacéuticas que los financian. Pone de manifiesto la voracidad de un mercado global que se frota las manos con el ungüento de la especulación.
Este agente infeccioso traiciona la búsqueda de silencio cómplice del sistema económico que pone al capital por encima del ser humano. Así mismo, recrimina con dureza los descuidos en los sistemas de educación, de protección de los adultos mayores, de producción nacional, de derechos del trabajador, de vivienda, de lucha contra la pobreza extrema y la desnutrición. Reprocha la falta de liderazgo político y desnuda a sus aliados de siempre. Descubre a los individualistas, a los acaparadores, a los que buscan pescar en río revuelto a base de corrupción. Expone la desigualdad de los pueblos, atreviéndose incluso a irrumpir en los países —a diferencia de otras epidemias— desde las alturas de las clases con mayores recursos, esas que pueden viajar.
Para utilizar una imagen y salvando las distancias, el COVID-19 se podría considerar como el denunciante más eficaz y profético de nuestros tiempos; pero para ello ha utilizado un método cruel e inaceptable, la muerte de miles de personas. Quizás a esto se refería Albert Camus cuando decía que “la epidemia adora los cuchitriles secretos”[1]. Creo que sería justo preguntarle a este desvelador eficaz sobre qué saca a la luz del mundo a través de las reflexiones que suscita en medio de su propagación.
La filósofa española Patricia Manrique[2] ha advertido que la reflexión de los acontecimientos actuales requiere de tiempo, si queremos evitar que nuestra mirada maleada impida desplegar su propio y verdadero ser a la novedad que deseamos analizar. Se sostiene en Lévinas para afirmar que el apresuramiento para decir algo termina reduciendo la “otredad” a la “mismidad”[3]. Resulta atinada su advertencia. El altísimo flujo de opiniones y razonamientos sobre la pandemia que va surgiendo desde el mundo intelectual y el modo en que estas se acoplan al pensamiento previo particular, hablan de premura reflexiva. Por eso la filósofa Manrique hace hincapié en la necesaria “hospitalidad de la otredad” que permite que la ideología y la “yoicidad” den paso a la novedad que surge de la realidad que se busca comprender. Su invitación consiste en dejar que la nueva realidad suscite preguntas y genere una búsqueda pausada de respuestas. No podemos negar que éste es un modo contracultural de analizar la realidad. Es curioso: la prisa productiva es muy afín al productivismo capitalista al que muchos intelectuales desean contrarrestar, y el afán por llenar los espacios que han quedado vacíos ante el parón de actividad contrasta con las críticas a la cultura posmoderna que emergen desde la filosofía, la antropología o la sociología contemporáneas.
Veamos algunas reacciones a la pandemia desde el mundo intelectual. Giorgio Agamben[4], filósofo italiano, no tardó en denunciar lo que ha sido uno de sus temas de trabajo: el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. De aquí que tildó las medidas de aislamiento como desproporcionadas y se refirió a la epidemia como una invención conducente a la limitación de uno de los valores más importantes de occidente: la libertad. Descalificó las medidas de confinamiento tachándolas como reacción exagerada a lo que proclamó como “una gripe normal”. Denigró el virus a mero sustituto ideológico del terrorismo en tanto que justificante de la excepcionalidad y provocador de pánico colectivo. Pánico que, a los pocos días, denunció como causante de la abolición del prójimo ante el paradigma del portador asintomático[5]. Esto, según el autor italiano, genera el temor al encuentro y, por tanto, la anulación de la acción política, objetivo último de los gobernantes, cuyas medidas coloca como más duras que el fascismo y el nazismo[6]. En el ya citado texto de Camus, este afirma: “Deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias”[7]. No eran necesarias tantas muertes para reconocer la amenaza como verdadera ni las medidas de distanciamiento como cuidado al prójimo.
El químico y filósofo catalán Santiago López Petit[8] se unió rápidamente al coro de Agamben. Denuncia que el virus ha sido producido por el capitalismo para normalizar el estado de excepción. Su argumento consiste en afirmar el carácter homicida del capitalismo. Según López Petit, el capitalismo desbocado articula su agroindustria y la etiología de las pandemias recientes de tal manera que produce el virus que luego utilizará para controlar a la población. Eso si, advierte que no se trata de trama conspirativa, sino la consecuencia lógica de ser víctimas del “algoritmo de la vida” que lo programa todo y coloca en primer plano, con aprobación neoliberal, a la decisión política y a la estatización.
Por otro lado, Slavoj Žižek[9], uno de los sociólogos más provocadores del momento, se apresuró a proclamar los golpes mortales al capitalismo y la reinvención del comunismo que surgirían a raíz de la pandemia global del COVID-19. Su postura parte de un optimismo peculiar. Considera que el virus ha sacado a la luz pandemias ya existentes en nuestras sociedades: las fake news, las teorías paranoicas de conspiración o las manifestaciones de racismo y xenofobia. Por otro lado, proporciona la infecciosa y virtuosa posibilidad de soñar con una sociedad alternativa. De aquí que Žižek se permita imaginar una transformación radical del sistema económico mundial basada en el descubrimiento abrupto de una vulnerabilidad biológica y ecológica compartida. Su propuesta consiste en asumir el comunismo como sistema político y económico, pero no a la antigua usanza, sino comunismo de la solidaridad, de la confianza, de la ciencia y del compromiso. Todo gobernado, según su proyecto, por un organismo regulador económico global. El entusiasmo que comunica su argumento y que le conduce a una proyección del futuro que roza con la ingenuidad, contrasta con la total ausencia en su reflexión de las consecuencias humanas de la pandemia. Ciertamente, el entusiasmo ideológico puede impedir la mirada objetiva al dolor circundante.
El debate no se hizo esperar. Byung-Chul Han[10], filósofo coreano radicado en Berlín, que no es tan optimista como Žižek, piensa que el capitalismo continuará su curso; más aún: con China como proveedora de vigilancia y acaparadora de la producción mundial. El capitalismo continuará, según él, porque su desaparición supondría un cambio radical de los muy asentados estilos de vida y, además, porque para ello se necesitaría la voluntad de transformación de los poderes económicos mundiales, que en estas circunstancias continúan obteniendo ganancias. Es enfático: “el virus no puede reemplazar a la razón” ni tampoco “genera un sentimiento colectivo fuerte”, por tanto, no tiene la capacidad revolucionaria que le atribuye Žižek. Eso sí, desearía un mundo donde el individualismo perdiera centralidad, desde el encuentro con la “negatividad del otro” como ha insistido continuamente en su obra[11]. Lo propone desde una mirada más colectivista de la realidad, denunciando las medidas absurdas como los cierres de fronteras o incluso haciendo un guiño a la cesión de privacidad, al modo oriental, para el control de futuras pandemias. Su gran temor, al igual que Agamben, es que el virus se convierta en la justificación para la implantación de estados de excepcionalidad conducentes al totalitarismo. Lamentablemente, Han coloca como datos marginales, sobrevolándolos sin compromiso, el número de muertes causadas por el virus o el anticipado descarte de los ancianos en la distribución de tratamientos y de la atención clínica.
El filósofo italiano Franco Berardi[12] también ha sumado su cuota de escepticismo a la caída del capitalismo; más aún, considera que el neoliberalismo aprovechará esta pandemia para extender aún más sus tentáculos. Lo hará, dice, apoyado en nuevas formas de control y segregación poblacional, en otras palabras: cimentado en la biopolítica y el totalitarismo. Berardi considera que ambas dinámicas se desplegarán dado que culturalmente no estamos preparados para la falta de movilidad o para desvincular el placer del consumo, tampoco para pensar la frugalidad o el compartir. Ante esta mirada sobre la humanidad, su diagnóstico es ambiguo: o saldremos de esta crisis más individualistas, agresivos, egoístas y competitivos o tal vez más solidarios y con deseos de igualdad. Es muy pronto para saberlo, pero considero que aún estamos a tiempo para, por lo menos, hacer el intento de influir sobre el resultado final de la pandemia. Habrá tareas que realizar. La evaluación de Berardi sobre las posibilidades humanas y la cultura contemporánea no mueve a la esperanza. No creo que esta sea la única verdad del ser humano; en el mundo también hay deseos, voluntad y oportunidades para un compromiso mayor con la justicia, la empatía y la solidaridad.
La filósofa Judith Butler[13], por otro lado, desde la realidad sociopolítica de Estados Unidos, ha insistido en que el virus no discrimina, pero los seres humanos sí que lo hacemos. De aquí que vea el entrelazamiento entre el nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo como modeladores de las relaciones discriminatorias que puede suscitar la pandemia, con el nefasto resultado de la ponderación de algunas vidas como valiosas y otras no. Butler asevera que la desigualdad social y económica imperante en el mundo permite que el virus discrimine en el acceso a la atención médica y, en el futuro, a la adquisición de la tan esperada vacuna. Nuevamente, no es el virus quien discrimina, pero sí denuncia a los responsables de los sistemas políticos, sociales y económicos que clasifican a las personas por categorías según su poder adquisitivo, origen étnico o documentación migratoria, haciendo que se perciban y sean tratadas como seres humanos de segunda categoría. La discriminación, el ahogo económico y las dinámicas generadoras de exclusión social se muestran hoy cruda y descaradamente. La indiferencia y la apatía frente a la situación de los que sufren alguna de estas dinámicas no han de estar entre las opciones para la configuración de nuestro futuro.
Esta clase de “virus” discriminatorio que ahora se puede exacerbar, en medio de la amenaza biológica que nos confina en casa, es también denunciado tangencialmente por el antropólogo David Harvey[14] a raíz de su mirada sobre las posibilidades de subsistencia del capitalismo global. Harvey considera que no es casualidad que la emergencia de este virus provoque un desequilibrio económico global. Según él, esto se debe a una política neoliberal que se centra en los negocios y no en las personas y su bienestar. Poner en el centro de las políticas públicas y de la economía a las personas resulta hoy una tarea imperiosa. Se tendrán que buscar, pues, formas creativas y comprometidas de incidir, individual y colectivamente, en la configuración de un futuro más solidario, humana y ecológicamente sostenible.
Filósofos como Alain Badiou[15] tienen una mirada más pesimista sobre la capacidad revolucionaria del virus dada la aterradora simplicidad de los análisis y de las propuestas que surgen a raíz de la pandemia. Llega a formular que uno de los efectos de la pandemia es el de disolver parte de la actividad intrínseca de la razón suscitando misticismos, profecías, fabulas y maldiciones sin fundamento alguno. Observa, además, que la complejidad de la situación actual entremezcla determinaciones naturales y sociales, lo económico y lo político, lo local y lo transnacional; por lo cual, no permite soluciones únicas o demasiado novedosas, pues frente al miedo nos aferramos a lo conocido para protegernos. Como resultado de esta dinámica, los políticos han propuesto soluciones a la pandemia tratando de mantener lo más intacto posible el sistema económico. De hecho, esta ha sido la pugna más extendida a nivel mundial —no por ello menos dudosa moralmente— que insiste en discernir, pretendiendo asimilar la bondad de ambas opciones, entre la salud de las personas y salvar la economía. Ahora bien, salvar la economía podría significar mantener intacta esa economía centrada en el capital que genera un espiral de desigualdad, de falta de oportunidades, de precariedad laboral y de hambre en el mundo, esa que descarta a la mitad de la humanidad y le impide vivir dignamente[16]. Elegir como foco de las políticas públicas el salvamento de la economía, el tipo de economía en la que vivimos inmersos, sería tapiar a los más pobres con el muro de la indiferencia. Urgen propuestas de economías solidarias y socialmente responsables con la vida de aquellos que más sufren.
Gabriel Markus[17], filósofo alemán, entiende que el COVID-19 acentúa la idea de la unidad global y la igualdad de toda la humanidad. Ante el virus, afirma, no somos más que eso: humanos, un huésped para su reproducción. No hay diferencias. Por esto se pregunta por la utilidad de los cierres de fronteras entre los países, más allá de prevenir que no se colapsen los sistemas sanitarios nacionales. De igual manera, cuestiona el orden mundial previo a la pandemia y lo califica como letal. Propone una nueva ilustración que suponga educar en ética a las nuevas generaciones para así no caer en una confianza ciega hacia la ciencia y la técnica, caídas en desgracia por su ineficacia para contener esta amenaza vírica, invitando así a una pandemia metafísica[18]. La vuelta a la normalidad no debería conducir a un olvido apresurado de lo sucedido, sino a un compromiso solidario desde una humanidad compartida.
El historiador israelí Yuval Noah Harari[19] se une a Markus y a Han en su denuncia del absurdo cierre de fronteras[20]. Hace un doble llamado: a mirar más allá de la pandemia inmediata e invitando a que pensemos el mundo que deseamos vivir luego que todo esto pase. Harari coloca para ello las siguientes opciones: o la vigilancia totalitaria o el empoderamiento de los ciudadanos; o el aislamiento nacionalista o la solidaridad global. Su temor es una cibervigilancia que limite la libertad. Ve una propuesta de falsa elección cuando se dice a la población que debe elegir entre su intimidad/privacidad y su salud. Lo dice claramente: sin confianza ni solidaridad global la pandemia no podrá ser contrarrestada con éxito. La solución a la pandemia, dice este autor, no vendrá desde la segregación sino desde la cooperación. Ahora bien, a mi modo de ver, la cooperación ha de estar inspirada por un alto grado de justicia social, de equidad y de búsqueda del bien común.
John Gray[21], filósofo y político inglés, quien considera que estamos presenciando un adiós a la hiperglobalización, ve que esta biovigilancia a manos del Estado, a los cuales los individuos estarán dispuestos a ceder terreno para su seguridad, será el modo posliberal de gobernar. Lo curioso es que afirma que el sistema político quedará intacto a la vez que será el motor de un cambio de perspectiva en el manejo del mercado mundial a uno más compensado por la producción local y menos centrado en la eficacia. Cuenta en su propuesta con los mismos actores y muy poco tiempo para una transformación tan radical. Curiosamente, Gray considera como “pensamiento mágico” la creencia de que el aumento de la cooperación internacional será la clave para solucionar la situación vírica y económica. A esto se le sumaría que la población cedería paso a la virtualidad ante la pérdida de movilidad. Se intuye premura en la propuesta de Gray. Un cambio tan drástico y acelerado de la economía y la cultura no se puede dar desde el aislamiento y la pasividad. Como mínimo debe haber empatía, encuentro, diálogo, salida de sí y compromiso solidario.
Como podemos observar, hay una preocupación de los pensadores actuales por las dimensiones políticas, económicas y sociales que podrían amenazar la libertad de los ciudadanos. Algunos con propuestas desde la izquierda y otros desde la derecha intelectual. Lo cierto es que aún es temprano para saber cuáles serán las consecuencias políticas, económicas o psíquicas a las que nos enfrentaremos. No sabemos si nuestra cultura cambiará radicalmente o pronto se reacomodará al ritmo anterior. Intelectualmente nos queda la imaginación como vacuna, como ha indicado David Grossman[22].
Pero me atrevo a caer en lo que he alabado como crítica en Patricia Manrique y daré mi opinión. Considero que —y esto lo digo desde una consciente y osada generalización— las preocupaciones de la clase intelectual están más ligadas a un imaginario acomodado que a una mirada profunda de la realidad que vive la gente. Buscando de manera intencionada, en los tantos artículos que surgen, palabras como pobreza, empobrecidos, marginalidad o exclusión social, resultan ser las grandes ausentes de las reflexiones actuales. Sorprende, pues, que la palabra vulnerable solo surja en relación a aquellos que podrían sufrir mayores consecuencias por el virus, es decir, solo tiene una acepción: vulnerabilidad biológica[23]. En el contexto latinoamericano ha surgido también alguna que otra reflexión más ligada a los tradicionales temas norte-sur o a los imperialismos poscoloniales, al menos en el ámbito filosófico[24], no así el teológico. ¿Será que en la premura de la opinión nos hemos olvidado de los empobrecidos?; ¿es que se nos está colando una defensa velada del liberalismo al acentuar tanto las limitaciones de las libertades individuales y colectivas? No lo sé, tampoco quiero culpar a nadie. Yo mismo me encuentro escribiendo estas líneas desde una residencia de profesores en Madrid, donde tengo un enorme jardín en el que puedo pasear y, aunque tenemos a una persona contagiada con el virus en casa, la amplitud de la misma nos permite tenerla aislada y resguardarnos del peligro de contagio.
Si mirara la realidad solo desde donde vivo y mis posibilidades, mi mayor incomodidad sería la de no poder moverme con libertad por las calles. Pero también veo que aquí mismo hay personas sin hogar que lo están pasando muy mal, muchos perdiendo sus empleos o amenazados de que cuando todo esto pase no tendrán dónde vivir. Hablar de cuarentena a una familia numerosa que vive en una casa de proporciones inhumanas es todo un tormento. A los jóvenes les amenaza la profundización de su ya instalada precariedad laboral. En muchos rincones del mundo los trabajadores inmigrantes, o las poblaciones racialmente discriminadas, están siendo las más afectadas por el virus que les atrapa sin recursos, sin seguro de salud y estigmatizados por la exclusión y la desigualdad. Esta realidad está más bien ausente de muchas de las opiniones actuales.
Por eso, si se me permite imaginar una transformación global, ésta ha de surgir “desde abajo”, desde la integración de los excluidos de este mundo. Para ello, la clase intelectual habrá de sumarse a la función desveladora y denunciante del COVID-19 o simplemente se transformará en un mero apoyo del restablecimiento del orden anterior, donde los marginados de siempre se volverán nuevamente invisibles a los poderes fácticos de este mundo.
Si el virus está mostrando la vulnerabilidad de los países ricos y su susceptibilidad a la muerte —al igual que todos los seres humanos— no debemos partir de la ignorancia u olvidar que esa situación no es algo nuevo para los que viven en extrema pobreza en este mundo, antes y aún sin coronavirus. Ellos viven con la muerte merodeando sus alrededores, ya sea por falta de acceso a los servicios básicos (agua, servicios sanitarios, etc.) o por su vulnerabilidad ante la violencia sistemática o puntual. No cabe duda que las reflexiones sobre la biopolítica o la cibervigilancia, la farmacopornografía[25] o la psicopolítica son interesantes, y tampoco se discutirá la actualidad del filósofo Michel Foucault; pero hay que ser conscientes de que estos temas son importantes para una minoría mundial. El hambre, la desnutrición, la falta de acceso al agua potable, la violencia de todo tipo, la inseguridad social y sanitaria, la corrupción, la falta de calidad de los sistemas educativos, la precariedad laboral y un largo etcétera, son el día a día de más de la mitad de la humanidad. Esto queda en flagrante evidencia con el COVID-19.
Ya que la pandemia ha afectado con dureza a los países más ricos, ¿cambiarán las preocupaciones del mundo intelectual al quedar más claro que nunca que somos iguales? Creo, y quizás caiga en un juego de imaginación, que si se da alguna transformación cultural en el mundo como fruto de la irrupción de la vulnerabilidad biológica compartida, será efectiva sólo si reconocemos que la mejora de las condiciones de vida de todos irá en beneficio de la humanidad entera. Ojalá que no nos olvidemos en nuestras andanzas filosóficas de esos que, marginados por los sistemas sociales, económicos, políticos y culturales, deberían transformarse en centro de nuestras denuncias proféticas y en eje de nuestras preocupaciones y acciones. Confío en que eso sí nos humanizará más.
¿Será ese el aporte que podemos dar desde la reflexión filosófica latinoamericana? Ojalá. Yo, de momento, me comprometo y pido ayuda para no olvidarme de los pobres.
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[1] A. Camus, «Esortazione ai medici», en L’osservatore Romano, 06 de abril 2020, en https://www.vaticannews.va/it/osservatoreromano/news/2020-04/esortazione-ai-medici.html.
[2] Cfr. P. Manrique, «Hospitalidad e inmunidad virtuosa», en La Voragine, 27 de marzo 2020, en https://lavoragine.net/hospitalidad-inmunidad-virtuosa/.
[3] Cfr. E. Lévinas, Totalidad e infinito, Salamanca, Sígueme, 1977.
[4] Cfr. G. Agamben, «L’invenzione di un’epidemia», en Quodlibet, 26 de febrero 2020, en https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia.
[5] Cfr. G. Agamben, «Contagio», en Quodlibet, 11 de marzo 2020, en https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-contagio.
[6] Cfr. G. Agamben, «Nuove riflessioni», en Quodlibet, 22 de abril 2020, en https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-nuove-riflessioni.
[7] Camus, opt. cit.
[8] Cfr. S. López Petit, «El coronavirus com a declaració de guerra», en Critic, 18 de marzo 2020, en https://www.elcritic.cat/opinio/santiago-lopez-petit/el-coronavirus-com-a-declaracio-de-guerra-52417.
[9] Cfr. S. Žižek, «Coronavirus is ‘Kill Bill’-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism», en RT, 27 de febrero 2020, en https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/.
[10] Cfr. B-C. Han, «La emergencia viral y el mundo de mañana» en El País, 22 de marzo 2020, en https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html. En italiano: https://www.globalproject.info/it/mondi/lemergenza-virale-e-il-mondo-di-domani/22678.
[11] Cfr. B-H. Han, La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2016. La expulsión del distinto, Barcelona, Herder, 2017.
[12] Cfr. F. Berardi, «Cronaca della psicodeflazione», en Nero Editions, 16 de marzo 2020, en https://not.neroeditions.com/cronaca-della-psicodeflazione/.
[13] Cfr. J. Butler, «Il capitalismo è giunto al suo limite», en Dinamo Press, 20 de marzo 2020, en https://www.dinamopress.it/news/capitalismo-giunto-al-suo-limite/.
[14] Cfr. D. Harvey, «Anti-Capitalist Politics in the Time of COVID-19» en Jacobin Magazine, 20 de marzo de 2020, en https://jacobinmag.com/2020/03/david-harvey-coronavirus-political-economy-disruptions.
[15] Cfr. A. Badiou, «Sulla situazione epidémica», en Filosofia in movimento, 23 de marzo 2020, en http://filosofiainmovimento.it/sulla-situazione-epidemica/.
[16] Cfr. A. V. Banerjee y E. Duflo, Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global, Barcelona, Taurus, 2014. T. Piketty, El capital del siglo XXI, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.
[17] Cfr. G. Markus, «El orden mundial previo al virus era letal», en El País, 25 de marzo 2020, en https://elpais.com/cultura/2020/03/21/babelia/1584809233_534841.html.
[18] Recuerda esto nuevamente a Camus: «De ahí que ustedes, los médicos de la peste, deban plantar cara a la idea de la muerte y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino que la peste les prepara. Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del terror. En conclusión, les hará falta una filosofía». A. Camus, «Esortazione ai medici», cit.
[19] Cfr. Y. N. Harari, «Il mondo dopo il virus», en Internationale, 6 de abril 2020, en https://www.internazionale.it/notizie/yuval-noah-harari/2020/04/06/mondo-dopo-virus.
[20] Cfr. Y. N. Harari, «In the Battle Against Coronavirus, Humanity Lacks Leadership», en Time, 15 de marzo 2020, en https://time.com/5803225/yuval-noah-harari-coronavirus-humanity-leadership/.
[21] Cfr. J. Gray, «Adiós globalización, empieza un mundo nuevo. O por qué esta crisis es un punto de inflexión en la historia», en El País, 12 de abril 2020, en https://elpais.com/ideas/2020-04-11/adios-globalizacion-empieza-un-mundo-nuevo.html?ssm=FB_CC.
[22] Cfr. D. Grossman, «Un mismo tejido humano infeccioso», en El País, 12 de abril 2020, en https://elpais.com/elpais/2020/03/26/opinion/1585218634_070526.html.
[23] Cfr. H. T. Have, Vulnerability: challenging bioethics, New York, Routledge, 2016.
[24] Cfr. R. Zibechi, «A las puertas de un nuevo orden mundial», en El Salto, 25 de marzo 2020, en https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/geopolitica-china-estados-unidos-union-europea-a-toda-velocidad-hacia-el-caos-sistemico. M. Galindo, «Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir», en Radio Deseo, marzo 2020, en http://radiodeseo.com/desobediencia-por-tu-culpa-voy-a-sobrevivir-maria-galindo/.
[25] Cfr. P. Preciado, «Aprendiendo del virus», en El País, 28 de marzo de 2020, en https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html.