
La irrupción de una nueva enfermedad trae consigo incertidumbre y temor, especialmente si nos encontramos entre los grupos de mayor vulnerabilidad. Dependiendo de la disponibilidad de insumos médicos y de nuestra posibilidad/capacidad de protección, la amenaza afectará de manera distinta nuestro modo de comprenderla y de proponer soluciones.
El COVID-19 es una amenaza que se ceba con los de edad avanzada y los que tienen condiciones de salud preexistentes (esas que repelen con tanta eficacia los seguros de salud), pero también juega a la lotería con los más jóvenes: a unos los transforma en propagadores asintomáticos, a otros les produce malestares leves y a un número más reducido complicaciones serias o incluso la muerte. No me centraré en este aspecto del tipo de coronavirus que nos confina en casa, de eso hay ya bastante literatura. En esta ocasión quiero detenerme en el carácter desvelador de la amenaza vírica que nos afecta.
Desvelar es descubrir algo oculto, sacarlo a la luz, quitar el velo. El COVID-19, entre sus tantas características, se presenta como un desvelador silente de muchas realidades que frecuentemente quedan ocultas en la cotidianidad de los sistemas económicos, políticos, sociales y culturales en los que, de una u otra manera, vivimos inmersos. Ha traspasado fronteras que han ganado en rigidez y vigilancia denunciando con ello políticas xenófobas, nacionalistas y racistas cuyos discursos se han reducido a la inconsistencia. Delata con saña a los sistemas sanitarios de los países que, habiendo descuidado la inversión en salud pública o entregado su administración al sector privado, hoy no les queda más alternativa que reconocer el valor de un sistema sanitario de calidad y accesible para todos. El virus pone en evidencia las preocupaciones reales de los investigadores científicos y de las grandes farmacéuticas que los financian. Pone de manifiesto la voracidad de un mercado global que se frota las manos con el ungüento de la especulación.
Este agente infeccioso traiciona la búsqueda de silencio cómplice del sistema económico que pone al capital por encima del ser humano. Así mismo, recrimina con dureza los descuidos en los sistemas de educación, de protección de los adultos mayores, de producción nacional, de derechos del trabajador, de vivienda, de lucha contra la pobreza extrema y la desnutrición. Reprocha la falta de liderazgo político y desnuda a sus aliados de siempre. Descubre a los individualistas, a los acaparadores, a los que buscan pescar en río revuelto a base de corrupción.
Abbonati
Per leggere questo contenuto devi essere abbonato a La Civiltà Cattolica. Scegli subito tra i nostri abbonamenti quello che fa al caso tuo.
Scegli l'abbonamento