El «plus» del espíritu de Aparecida
A diez años de la realización de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Aparecida del 11 al 31 de mayo de 2007, vale la pena preguntarse acerca de cuánto ha incidido en la vida del subcontinente y de la Iglesia universal.
En estos diez años América Latina ha crecido en unos setenta millones de habitantes, pero en el plano mundial ha perdido peso político y económico frente al crecimiento de Asia y de África. Además, debe afrontar una contraposición social en la que el ciclo de los gobiernos que proponían un relato popular —para algunos populista— parece haber acabado y, sin embargo, comienza el de los gobiernos que, de forma pragmática, buscan conquistar los votos de los que no tienen una ideología definida y que suelen ser más de la mitad del electorado de cada país.
En el mundo se ha disipado aquella atmósfera optimista que se desarrolló en la posguerra, y que daba al «centro» la seguridad de alcanzar el futuro y, a la «periferia», la impaciencia ante las dificultades para alcanzarlo.1 Hoy nos encontramos frente a un mundo más duro (basta ver los muros que se construyen para mantener lejos a los inmigrantes) y más escéptico con respecto a los proyectos inclusivos y a largo plazo. Y, sin embargo, en la Iglesia soplan otros vientos,2 se respira un aire fresco y nuevo. [p. 72/118]
Es importante observar que este aire fresco que ha traído el papa Francisco no es algo improvisado o suyo en exclusiva. Tuvo un precedente en Aparecida, donde el modo sinodal de trabajar que impulsó el cardenal Bergoglio desde la presidencia de la comisión de redacción del «Documento final» (Ap), suscitó en la asamblea la madurez humilde de un consenso compacto.
Aparecida representó un verdadero acontecimiento eclesial. Y al decir esto queremos señalar la experiencia, compartida por todos, en mayor o menor medida, de que en aquella ciudad «la realidad fue superior a la idea»:3 la realidad del acontecimiento fue superior a las ideas que se discutieron, se votaron, se escribieron y sufrieron correcciones durante la Conferencia y, luego, también en la versión final aprobada por la Santa Sede.
Un detalle digno de tener en cuenta es que, como las distintas redacciones circulaban dentro y fuera de la asamblea,4 era y es posible comparar las diferentes elaboraciones del «Documento final» y comprobar así los puntos que se quitaron, agregaron o modificaron.5 Y este hecho —esta libertad intelectual para confrontar ideas— no solo no le quitó autoridad al documento, sino que aumentó la importancia del acontecimiento como un todo, en el que la unidad —que se manifestó tanto en el entusiasmo del trabajo en común como en el consenso, siempre mayor a los dos tercios, en las votaciones—6 fue superior a los conflictos. Incluso los que tuvieron posturas más críticas y señalaron de forma prolija todos los cambios que se hicieron entre el documento votado y el aprobado, reconocen que: «El acontecimiento Aparecida, todo lo que fue surgiendo, aunque más tarde fuera en parte silenciado o controlado, es evidente expresión de la vida que brota por todas partes. Difícilmente se [p. 73/118] podrá negar o esconder que Aparecida es expresión de un caminar latinoamericano que comenzó en Medellín, se reforzó en Puebla y en Santo Domingo simplemente se tomó un respiro».7
Si bien sigue abierto el tema del valor teológico y jurídico de las Conferencias Episcopales, es innegable que en América Latina han tenido siempre lo que podríamos definir como «una autoridad pastoral». Fieles, sacerdotes y obispos trabajan con los documentos apenas son publicados. Desde mediados del siglo pasado, las Conferencias8 han marcado etapas de conciencia y de nuevos pasos en el camino del pueblo de Dios en América Latina y el Caribe. Con la elección del papa Francisco la V Conferencia ha adquirido una dimensión no solo continental, sino universal, no en el sentido de «exportar un modelo latinoamericano sino (de) que cada iglesia asuma la misión en su tiempo y lugar».9
El papa Francisco, en Evangelii Gaudium (EG), ha dado un nuevo impulso a las Conferencias al retomar la visión del concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium [LG]), expresando su deseo de que sea «explicitado suficientemente un estatuto de las conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal» (EG 32).10
Al hacer memoria de aquellas veinte intensas jornadas, que transcurrieron en el subsuelo del santuario de Nuestra Señora Aparecida —donde todos podíamos sentir el leve peso del pueblo fiel de Dios que caminaba y rezaba sobre nuestras cabezas y debates—, surge [p. 74/118] con fuerza la convicción de haber vivido un acontecimiento eclesial de extraordinaria riqueza, en el que «El Espíritu Santo y nosotros» fuimos los protagonistas. La frase la pronunció Benedicto XVI en la misa inaugural del 13 de mayo. Se trata de una expresión de deseos —esta del Papa— que se convirtió en profecía. En Aparecida hubo un «plus pneumatológico». Como dijo monseñor Víctor Fernández (entonces sacerdote y perito de la Conferencia y hoy obispo): «El gran tema pneumatológico de Aparecida es la misión a la cual el Espíritu nos impulsa. Es el llamado a salir de sí, evitando una Iglesia autorreferencial, tema tan desarrollado por Bergoglio en sus homilías».11
Seguimos esta clave de lectura que pone el acento en el «plus» del Espíritu. En realidad, se trata de la acción del Espíritu, que obra en las personas —cuando dos o tres se reúnen en nombre de Cristo— más que en los textos.
«He venido para que escribamos algo que les sirva a nuestros pueblos»
«Yo he venido a que escribamos todos juntos algo que les sirva a nuestros pueblos en los próximos diez años». La frase es de Pedro Gregorio Rivas, agustino de Santo Domingo. Con ella zanjó una discusión que teníamos en el grupo de religiosos y nos puso a todos a observar el futuro de nuestros pueblos, rechazando la tentación de las polarizaciones que se creaban entre nosotros: las mismas que, según algunos, habían paralizado a muchos en la Conferencia de Santo Domingo. Y al final esta fue la gracia. El esquema, que se discutió y reformó tantas veces, terminó con el foco en «la vida de nuestros pueblos». La segunda parte, la de los «discípulos misioneros», fue colocada entre «La vida de nuestros pueblos hoy» (primera parte), y «La vida de Jesucristo para nuestros pueblos» (tercera).
Diez años después, y en el quinto de pontificado del papa Francisco, la Conferencia de Aparecida puede releerse desde esta perspectiva de la vida —tal como se da—12 de manera singularmente fecunda. Si pensamos en el gran acontecimiento que fue en sí mismo [p. 75/118] el concilio Vaticano II, constataremos cómo cincuenta años después aún tratamos de poner en práctica muchas de las inspiraciones que el Espíritu regaló a los padres conciliares. Los frutos de Aparecida, una importante pero relativamente pequeña Conferencia subcontinental, se han extendido a la Iglesia universal y mucho más allá de sus fronteras gracias al impulso que el papa Francisco ha dado a una evangelización que hace el pueblo de Dios, en su conjunto «discípulo misionero» (Ap 181), como quería el Vaticano II (Ap 398): evangelización que se realiza «por desborde de gratitud y alegría» (Ap 14); con una mirada espiritual que sabe discernir una única crisis —ecológica y social— (cf. Ap 3.5: la buena nueva del destino universal de los bienes y ecología) y una cristología encarnada que saber ver a Cristo en los pobres (Ap 392).
En lo que respecta al modo, destacamos el rol del cardenal Bergoglio en la manera sinodal de encauzar las tensiones de forma que no se polarizaran y el «Documento final» de Aparecida constituyera un texto abierto.
La fuente escondida del programa pastoral del papa Francisco
Durante la Conferencia, todas las mañanas se comenzaba la jornada con una eucaristía concelebrada en la que participaban los fieles que acudían de forma multitudinaria al santuario. El miércoles 16 de mayo, al finalizar el cardenal Bergoglio su homilía en español, fue aplaudido por toda la asamblea. El aplauso —que no se había producido antes ni se volvería a repetir en las homilías sucesivas—, despertó en muchos la conciencia de que algo importante había sido dicho y de que el pueblo fiel de Dios lo había entendido.
¿Qué había dicho de especial este cardenal argentino, a quien el día anterior habían elegido para presidir la comisión de redacción, la cual tendría a su cargo la difícil tarea de transformar en documento todo lo que se hablara y decidiera en Aparecida? Uno se maravilla al encontrar en aquella «homilía aplaudida», que el cardenal Bergoglio escribió muy de madrugada, la escondida fuente de su pontificado. Los diarios argentinos del día siguiente enfatizaron el uso del término «sobrantes»,13 que el cardenal Bergoglio [p. 76/118] había utilizado al leer, en sus siete minutos de rigor, el «Informe de los obispos argentinos». Pero en la homilía hubo mucho más.
Un párrafo fue el que encendió el aplauso, aunque lo dejó en suspenso porque el cardenal se extendió en la descripción de la mansa imagen de santo Toribio de Mogrovejo al entregar su alma al Señor, en 1606, después de 22 años de episcopado, de los cuales pasó 18 caminando por su inmensa diócesis, mientras un indio tocaba la chirimía para que su alma descansara en paz. El párrafo en cuestión decía así: «Porque no queremos ser una Iglesia autorreferencial sino misionera, no queremos ser una Iglesia gnóstica sino adoradora y orante. Pueblo y pastores constituyendo este santo pueblo fiel de Dios que goza de la infalibilitas in credendo, todos juntos con el Papa, Pueblo y Pastores dialogamos según el Espíritu nos lo inspire, y oramos juntos y construimos la Iglesia juntos, mejor dicho, somos instrumentos del Espíritu que la construye».14
Podemos imaginar un puente que une de manera ideal esta homilía con la concepción del Vaticano II sobre el pueblo fiel de Dios,15 y el primer saludo del papa Francisco cuando, al inclinar la cabeza, pidió la bendición al pueblo fiel tras decir: «Y ahora iniciamos este camino: obispo y pueblo». Este puente continuó en su primera misa con los cardenales, donde habló de «caminar» y «edificar», y se extiende cada vez que el Espíritu impulsa al papa Francisco —como impulsó a santo Toribio en su tiempo— a salir a las periferias y a dialogar con todos.
El Espíritu Santo y nosotros: los caminos de confianza que abrió el papa Benedicto XVI
Unos días antes, como ya señalamos, en la misa inaugural, el papa Benedicto XVI había recordado una expresión original de los Hechos de los Apóstoles: «El Espíritu Santo y nosotros».16 Pero en aquel momento, la frase en que decía que «el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de [p. 77/118] las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña»,17 atrajo la mayor parte de la atención de los medios y preocupó a la asamblea. Sin embargo, en la Audiencia General del 23 de mayo siguiente, el Santo Padre agregó también: «No es posible olvidar los sufrimientos e injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas».18
Estas eran las dinámicas que movían y agitaban la asamblea, junto con las pujas de algunos por «introducir» temas y las de otros por «hacerlos desaparecer». Pero lo importante fueron las grandes afirmaciones con las que Benedicto XVI despejó el camino que luego recorrería la V Conferencia.
Las culturas son abiertas
El Papa afirmó que toda cultura auténtica es abierta y no cerrada; que el Evangelio nunca aliena —aunque pueda quedar opacado por instrumentalizaciones de distinto tipo—, y que los pueblos originarios que sobrevivieron tuvieron la sabiduría y la grandeza de saber inculturar el Evangelio al mismo tiempo que rechazaban —y rechazan— todo lo que representaba una imposición de estructuras antievangélicas. Se trata de afirmaciones que permiten pensar la realidad histórica y actual del subcontinente, sin caer en ideologías.
En Aparecida se retomó lo que dijo el papa Benedicto XVI en la Audiencia General y se afirmó que: «El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas». También se remarcó que «Las semillas del Verbo (Puebla 40) presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas» (Ap 4 y 529).
En este sentido, podemos ver un gran paso adelante en el encuentro que el papa Francisco mantuvo en Chiapas con las comunidades indígenas de San Cristóbal de las Casas, el 15 de febrero de 2016. En aquella ocasión el papa Francisco no solo miró al pasado inevitable, sino al presente y al futuro abiertos y, en su encuentro con las «pequeñas culturas» —como se definen a sí mismas—, hizo ver que, de forma paradójica, tras siglos de haber sido rechazadas y [p. 78/118] despreciadas por las «grandes culturas», el mundo tiene hoy «necesidad de ellas» y de su «sabiduría», que sabe tratar, respetar y amar a nuestra hermana madre tierra.
Dijo el Papa: «Muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, enfermos de poder, del dinero y de las leyes del mercado, los despojaron de sus tierras o realizaron obras que las contaminaron ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!».
Al final de la misa tres representantes de pueblos indígenas le dieron las gracias y expresaron lo siguiente: «tú pones tu corazón cerca del nuestro», y «llévanos en tu corazón con nuestra cultura, alegrías y dolores, injusticias…».19
La opción preferencial por los pobres es cristológica
La afirmación de que «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9) fue realizada por el papa Benedicto en el contexto de la pregunta por la realidad que incluye a Dios y en el de una cultura del encuentro.20 En Aparecida se citó el «Discurso inicial» y se organizó el punto 8.3 en torno a esta frase de Benedicto XVI: «Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Heb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es ni exclusiva, ni excluyente».21 Si esta opción se halla implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el de Cristo, que nos llama a servirlo en ellos: «Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo» (Ap 292-293).
No hace falta ejemplificar la clara opción preferencial del papa Francisco por los pobres. No obstante, es bueno recordar —ante todos los intentos de minimizar el magisterio de Francisco cuando [p. 79/118] se dice que se dedica «a lo social»— que esta opción es cristológica, como afirmó el papa Benedicto XVI. Cada vez que Francisco habla de los pobres hace cristología. Una cristología de las más altas y encarnadas, porque el que no confiesa a Cristo venido en carne no es del Espíritu. El sentido del pobre es la esencia del cristianismo, como decía san Alberto Hurtado.
El Espíritu Santo y la cuestión del sujeto
Tan fundamental como las cuestiones de las culturas y de los pobres fue, a nuestro parecer, la invocación inicial del papa Benedicto al Espíritu Santo y el voto de confianza que supuso para la Conferencia y para su modo sinodal de proceder cuando, en la misa de inauguración, pronunció las siguientes palabras: «Los jefes de la Iglesia discuten y se confrontan, pero siempre con una actitud de religiosa escucha de la palabra de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, al final pueden afirmar: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15,28). Este es el “método” con que actuamos en la Iglesia, tanto en las pequeñas asambleas como en las grandes. […] “El Espíritu Santo y nosotros…”. Esta es la Iglesia: nosotros, la comunidad de fieles, el pueblo de Dios, con sus pastores, llamados a ser guías del camino; junto con el Espíritu Santo».22
En esa misa, Benedicto XVI habló también de la alegría de dar espacio a la Palabra y del discernimiento comunitario. Estos temas constituyen la cuestión del sujeto eclesial —«el Espíritu Santo y nosotros, el pueblo de Dios»— y en la asamblea quedaron impresos de una manera muy particular.
El «Documento de Aparecida» y Evangelii nuntiandi
El cardenal Bergoglio siempre hizo ver que Aparecida terminó «bebiendo de las fuentes de Evangelii Nuntiandi» (EN). En 2008 hablaba así a los sacerdotes: «Llama la atención que en su redacción (en la Exhortación final), Aparecida allí pegue un salto treinta años atrás hacia uno de los más bellos y vigorosos documentos del [p. 80/118] Magisterio: la Evangelii nuntiandi, y su última frase sea “Recobremos el valor y la audacia apostólicos”».23
En una reciente entrevista, el papa Francisco afirmó: «Evangelii gaudium, que es el marco de la pastoralidad que yo quiero dar a la Iglesia ahora, es una actualización de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI. Es un hombre que se adelantó a la historia […]. Sembró cosas que después la historia fue recogiendo. Evangelii gaudium es una mezcla de Evangelii nuntiandi y el Documento de Aparecida. Cosas que se fueron trabajando desde abajo. Evangelii nuntiandi es el mejor documento pastoral posconciliar y no ha perdido actualidad».24
En realidad, Aparecida no solo se cierra sino que se abre con Evangelii nuntiandi, y la cita otras seis veces en algunos puntos clave, al individuar desafíos dirigidos a sujetos concretos.
Los discípulos misioneros como servidores de la alegría del Evangelio
En la Introducción del «Documento de Aparecida» la misión de la Iglesia se perfila en sintonía con «el compromiso evangelizador» con que se abre Evangelii nuntiandi, cuando define el «anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo» como «un servicio» (EN 1) a la comunidad y a la humanidad. El «Documento de Aparecida» especifica que «este es el mejor servicio —¡su servicio!— que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones» (Ap 14). Por lo tanto, formar discípulos misioneros que cumplan este servicio «con creciente amor, celo y alegría» (EN 1) es «el reto fundamental», el «tesoro» de la Iglesia: «No tenemos otro tesoro […] ni otra dicha, ni otra prioridad” (Ap 14). [p. 81/118]
En la impostación del primer capítulo25 se puede reconocer la defensa, por parte del cardenal Bergoglio, de la mirada espiritual que quedó impresa al comienzo del «Documento final» y que se tradujo en el remanso contemplativo de aquellos que se aprestaban a «mirar la realidad como discípulos misioneros de Jesucristo» (Ap 20). Una moción de último momento propuso cambiar el orden y comenzar con la mirada «cruda» (como se decía) de la realidad. Algunos pedían «quitar los números previos a la observación de la realidad, que son una breve acción de gracias, y solicitaron que se pasara más rápidamente al “ver”. El cardenal Bergoglio respondió que era mejor mantener una breve mirada espiritual antes de presentar la realidad, para indicar el modo de esa mirada.26 Votaron 96 por la opinión del presidente de la Comisión de redacción y 30 por la propuesta presentada».27
Algunos interpretaron que al cardenal Bergoglio le «parecía muy fuerte entrar directamente con una mirada de la realidad y por eso se había introducido con una especie de doxología (alabanza a Dios)».28 De forma paradójica, sin embargo, esta mirada espiritual conllevaba el coraje y la audacia apostólica propias del Reino. Con el tiempo, muchos destacaron lo que se dio en llamar «el tono» o «la música de Aparecida».
Creemos que no se trata de una cuestión menor, sino que hace al «sujeto» que escucha, que mira, que agradece y que luego discierne y actúa de manera concreta.29 En la mirada espiritual reconocemos quién es el sujeto que alaba al Padre y confiesa a Cristo: «El Espíritu Santo y nosotros —el pueblo de Dios—», como dijo el papa Benedicto XVI. Esta mirada de los discípulos misioneros es la de los pequeños de Mateo (11,25) y tiene a su cargo enseñarles a mirar [p. 82/118] bien a «los sabios y entendidos». Con esta mirada la Iglesia puede brindar el servicio de «escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio», como quería Gaudium et spes en el número 4.
Se evita el peligro de mirar y juzgar desde la perspectiva de ese sujeto anónimo del que hablaba Guardini:30 un sujeto anónimo caracterizado por su tendencia a discutir cosas abstractas, que no se encarnan en la vida de la gente. La mirada evangélica, por el contrario, en la medida en que se vuelve a encender con la alabanza, permanece en la frescura originaria de la fe. Esta visión permite armonizar, desde la perspectiva pastoral, tanto la mirada científica como la mirada dogmática.
Podemos comprobar que son justo estas cosas —que favorecen el modo sinodal de proceder, el «alegre dar espacio a la Palabra» y el «discernimiento comunitario», de los que habló el papa Benedicto XVI en Aparecida— aquellas sobre las cuales hoy el papa Francisco insiste en particular, a pesar de algunas oposiciones.
El final del «Documento de Aparecida» retoma el de Evangelii nuntiandi31 para exhortar a los discípulos misioneros: «Recobremos, pues, “el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas». Sigue la importante mención de los sujetos, de los santos evangelizadores: «Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir». La tarea es formar evangelizadores: «Recobremos el valor y la audacia apostólicos» (Ap 552).
El tema de «los discípulos misioneros», ocupa toda la segunda parte del «Documento final». Tal como venía planteado en el documento de trabajo y en el primer esquema, podría haber terminado siendo la descripción de un discípulo ideal. En cambio, el discipulado misionero ocupó el centro del Documento, pero algo «descentrado», al servicio de la Vida y del Reino.32 En el ámbito de este discipulado, el «Documento de Aparecida» destacaría el rol [p. 83/118] de los laicos. Dos veces citará Evangelii nuntiandi para hablar de la misión propia de los laicos que «se realiza en el mundo» (Ap 210; 282-283) y que de ninguna manera debe clericalizarse.33 Y, en este contexto, trata de modo particular (cosa no siempre común en los documentos de la Iglesia) la cuestión de la «responsabilidad del varón y padre de familia» (Ap 9.6).
Los pueblos como sujetos de la evangelización de la propia cultura
El «Documento de Aparecida» afronta la cuestión de los procesos y del acompañamiento en la formación de los discípulos misioneros.34 Lo hace al mostrar la complejidad de la acción evangelizadora» (EN 17), que tiene que renovar la humanidad, no como «un barniz superficial sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces —la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes (cf. GS 53-54ss)».35
En Evangelii gaudium el papa Francisco dará un paso adelante al decir, siempre citando Gaudium et spes, que «la gracia supone la cultura», no solo la naturaleza: «El ser humano está siempre culturalmente situado: “naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente” (cf. GS 53). La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe» (EG 115).
Es en el tema de la piedad popular donde mejor se puede apreciar la continuidad y el progreso que conecta Evangelii nuntiandi, el «Documento de Aparecida» y Evangelii gaudium. Pablo VI se refería a «esa realidad que suele ser designada en nuestros días con el término de religiosidad popular». Hablaba de «un nuevo descubrimiento» y de la valoración de la religiosidad popular. Reconocía sus «límites» y sus «muchos valores» y animaba a «ser sensible a [p. 84/118] ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables…» (EN 48). En este punto —el de «percibir sus dimensiones interiores»—, el «Documento de Aparecida» retoma Evangelii nuntiandi y da un paso adelante cuando habla de «mística popular» (Ap 262) y de «espiritualidad popular» (Ap 263).
Evangelii gaudium presentará de forma decidida la «espiritualidad y mística popular» como una fuerza evangelizadora propia del pueblo de Dios, que es, como un todo, «el sujeto de la evangelización» (EG 110ss). «Los distintos pueblos en los que ha sido inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos, agentes de la evangelización. Esto es así porque cada pueblo es el creador de su cultura y el protagonista de su historia» (EG 122).
Si resumimos las contribuciones de Pablo VI y de Benedicto XVI en Aparecida, Evangelii gaudium resalta «la fuerza evangelizadora de la piedad popular», al afirmar que «se trata de una verdadera “espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos”» (EG 124, cf. Ap 263). Esta «cultura de los sencillos» es la cultura transversal del pueblo de Dios presente en todos los pueblos del mundo, capaz de inculturar el Evangelio a partir de algo —la pobreza y sencillez de espíritu—, que constituye la levadura de todas las distintas culturas. En la forma en la que una cultura trata a sus pobres se puede reconocer su «humanismo», y este es un valor ético común en medio de todas las diferencias «estéticas».
Una mirada que unifica lo ecológico y lo social
Para concluir, observemos de modo breve que, así como Evangelii gaudium convirtió en programa apostólico las intuiciones que el «Documento de Aparecida» había retomado de Pablo VI —al presentar «La alegría del Evangelio» como una cuestión esencial—, así la preocupación ecológica del «Documento de Aparecida» (en particular por el Amazonas y la Antártida) representó la semilla de la encíclica Laudato si’.
La mirada de adoración y de alabanza al Creador permitió conectar dos temas que los gestores de la única crisis actual luchan por mantener separadas: los pobres y el cuidado del planeta. La mirada espiritual de Laudato si’ —que no es una encíclica «verde» sino más bien «social»— debe ser capaz de discernir y de ver la cristología en la cuestión ecológica, el problema social y en los pobres. [p. 85/118]
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1 Esta esperanza de una consumación de los tiempos que estaba a la vuelta del camino, alimentó tanto las teorías del desarrollo como las teorías revolucionarias (Cf. T. Halperín Donghi, Historia contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza Editorial, 2005, p. 8).
2 Cf. C. M. Galli, «El Viento del Sur de Aparecida a Río. El proyecto misionero latinoamericano en la teología y en el estilo pastoral de Francisco», en VV. AA., De la misión continental (Aparecida, 2007) a la misión universal (Río de Janeiro y Evangelii gaudium 2013), Buenos Aires, Docencia, 2014, pp. 61-119.
3 Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n.º 231.
4 El reglamento no lo permitía, pero se aceptaba que los obispos se hicieran asesorar, por ejemplo, por gente de Amerindia (un grupo de teólogos, nacido en 1978 con vistas a la Conferencia de Puebla), que funcionaba en un hotel cerca de la Conferencia.
5 Cf. E. de la Serna, «Comparación entre la 4.ª redacción del Documento final de Aparecida, última aprobada por la asamblea y la versión oficial aprobada por la Curia romana», en http://www.curasopp.com.ar/posaparecida/d05.php.
6 El «Documento final» fue aprobado por entero con el 97,50 % a favor (127 votos a favor, dos en contra y uno en blanco). En la votación por partes, la mayoría de los parágrafos recibió más de 125 votos a favor y algunos alcanzaron 133 votos.
7 E. de la Serna, «Aparecida, un acontecimiento eclesial latinoamericano», Vida Pastoral 267 (2007).
8 La primera Conferencia fue en Río de Janeiro (Brasil, 1955). De allí nació el CELAM —Consejo Episcopal Latinoamericano—. La segunda fue en Medellín (Colombia, 1968) y significó llevar el concilio Vaticano II a América Latina. El documento contó con el Nihil Obstat de Pablo VI. La tercera tuvo lugar en Puebla (México, 1979) y, entre otras cosas, asumió la Evangelii nuntiandi y puso el énfasis en la inculturación del Evangelio y en la evangelización de la cultura. La cuarta fue en Santo Domingo (1992). Las tensiones que se suscitaron y no fueron bien resueltas llevaron a considerar la posibilidad de que no se celebraran más Conferencias en América latina. Juan Pablo II y Benedicto XVI apoyaron que se siguiera el modo latinoamericano y eso llevó a la quinta Conferencia, la de Aparecida.
9 C. M. Galli, «La teología pastoral de Evangelii gaudium en el proyecto misionero de Francisco», Teología 114 (2014), pp. 37ss.
10 La cursiva es nuestra. Cf. C. Schickendantz, «Las conferencias episcopales», en A. Spadaro y C. Galli (eds.), La reforma y las reformas en la Iglesia, Vizcaya, Sal Terrae, 2016, pp. 375ss.
11 V. M. Fernández, El estilo de Aparecida y el cardenal Bergoglio.
12 El papa Francisco siempre habla de que «la vida hay que tomarla como viene. Igual que un portero de fútbol, que tiene que atrapar el balón desde donde se lo tiren, de aquí, de allá» (Francisco, Discurso durante la visita a la manifestación «Aldea por la tierra», 24 de abril de 2016).
13 Cf. S. Premat, «Advirtió Bergoglio sobre el pecado social», La Nación, 17 de mayo de 2007.
14 J. M. Bergoglio, Homilía, Aparecida, 16 de mayo de 2007.
15 «La Iglesia entera es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n.º 59, en donde se cita Ad Gentes n.º 35).
16 Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe, 13 de mayo de 2007.
17 Ibíd., Discurso inaugural, Aparecida, 13 de mayo de 2017.
18 Ibíd., Audiencia General, 23 de mayo de 2007.
19 Cf. A. Spadaro y D. Fares, «Il trittico americano», La Civiltà Cattolica I (2016), pp. 486-487.
20 Benedicto XVI, Discurso inaugural, op. cit., n.º 3.
21 Este tipo de agregados se hicieron después de la aprobación del Documento y provocaron revuelo (cf. E. de la Serna, Comparación…, op. cit.).
22 Benedicto XVI, Misa de Inauguración, op. cit.
23 J. M. Bergoglio, El mensaje de Aparecida a los presbíteros, Villa Cura Brochero, 11 de septiembre de 2008, n. 11. Cf. íd., «Pastori del popolo, non chierichi di stato, Il messaggio di Aparecida ai presbiteri», La Civiltà Cattolica IV (2013), pp. 3-13. En Bergoglio el valor y la audacia apostólicos son virtudes del pastor que funda pueblos y es reconocido y amado por ellos: «El conductor valora “lo pequeño” desde los grandes horizontes del reino, y desde allí ha de animar al crecimiento y a la audacia apostólica», cf. íd., Meditaciones para religiosos, Vizcaya, Mensajero, 2013, pp. 95 y 106: sobre el pueblo de Dios como sujeto «que tiene alma», «coraje y capacidad de decisión» (cf. pp. 46-47).
24 Francisco, «El peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la identidad y nos defienda con muros», entrevista con A. Caño y P. Ordaz, El País, 22 de enero de 2017.
25 El capítulo 1 se tituló «Los discípulos misioneros» y se desarrolló en tres puntos: «1.1. Acción de gracias a Dios»; «1.2. La alegría de ser discípulos misioneros» y «1.3. La misión de la Iglesia es evangelizar».
26 En aquella ocasión, Bergoglio dijo que esa mañana se jugaba algo importante. Su exposición, en tono bajo, tenía el eco de alguien convencido, que muestra una verdad sin énfasis subjetivos e invita a la asamblea a que decida.
27 V. M. Fernández, Aparecida. Guía para leer el Documento y crónica diaria, Buenos Aires, San Pablo, 2007, p. 157.
28 E. de la Serna, «Informes diarios desde Aparecida», en http://curasopp.com.ar/Aparecida/m01.php#31.
29 Cf. J. Scheinig, «Nueva evangelización y Pastoral Urbana», en https://pastoralurbana.org/
30 Cf. M. Mosto, «El poder. Homenaje a Romano Guardini a 40 años de su fallecimiento» en Sapientia 65 (2009), pp. 195-202.
31 EN, 80.
32 «Jesús presenta como valor supremo la vida en Dios». Cf. EN 80 y EN 8.
33 Decía Pablo VI: «Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo» (EN 70).
34 Los discípulos misioneros deben «“Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose profundamente con Él” (EN 19) y con su misión. Esto requiere un camino largo, hecho de itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios, continuos y graduales» (Ap 281).
35 El «Documento de Aparecida» también hace referencia a Gaudium et spes en el capítulo 10, «Nuestros pueblos y la cultura».