
El «plus» del espíritu de Aparecida
A diez años de la realización de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Aparecida del 11 al 31 de mayo de 2007, vale la pena preguntarse acerca de cuánto ha incidido en la vida del subcontinente y de la Iglesia universal.
En estos diez años América Latina ha crecido en unos setenta millones de habitantes, pero en el plano mundial ha perdido peso político y económico frente al crecimiento de Asia y de África. Además, debe afrontar una contraposición social en la que el ciclo de los gobiernos que proponían un relato popular —para algunos populista— parece haber acabado y, sin embargo, comienza el de los gobiernos que, de forma pragmática, buscan conquistar los votos de los que no tienen una ideología definida y que suelen ser más de la mitad del electorado de cada país.
En el mundo se ha disipado aquella atmósfera optimista que se desarrolló en la posguerra, y que daba al «centro» la seguridad de alcanzar el futuro y, a la «periferia», la impaciencia ante las dificultades para alcanzarlo.1 Hoy nos encontramos frente a un mundo más duro (basta ver los muros que se construyen para mantener lejos a los inmigrantes) y más escéptico con respecto a los proyectos inclusivos y a largo plazo. Y, sin embargo, en la Iglesia soplan otros vientos,2 se respira un aire fresco y nuevo. [p. 72/118]
Es importante observar que este aire fresco que ha traído el papa Francisco no es algo improvisado o suyo en exclusiva. Tuvo un precedente en Aparecida, donde el modo sinodal de trabajar que impulsó el cardenal Bergoglio desde la presidencia de la comisión de redacción del «Documento final» (Ap), suscitó en la asamblea la madurez humilde de un consenso compacto.
Aparecida representó un verdadero acontecimiento eclesial. Y al decir esto queremos señalar la experiencia, compartida por todos, en mayor o menor medida, de que en aquella ciudad «la realidad fue superior a la idea»:3 la realidad del acontecimiento fue superior a las ideas que se discutieron, se votaron, se escribieron y sufrieron correcciones durante la Conferencia y, luego, también en la versión final aprobada por la Santa Sede.
Un detalle digno de tener en cuenta es que, como las distintas redacciones circulaban dentro y fuera de la asamblea,4 era y es posible comparar las diferentes elaboraciones del «Documento final»
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